domingo, 6 de noviembre de 2011

ARTE Y RECONOCIMIENTO



¿Conoces esa frase que dice que si crees que bebes demasiado, es que bebes demasiado? Con el arte ocurre justo al contrario: Si crees que eres un artista, es que no lo eres.

Y ahora las explicaciones.

Como en todo artículo de este tipo, lo primero sería definir lo que es “arte”. Ya hay muchos libros dedicados a ese tema y personas mejores que yo lo han intentado sin conseguirlo, así que vamos a usar una definición simple y parcial, pero que (creo yo) no se aleja demasiado de la realidad.

“Arte” es el resultado de unir talento creativo y técnica en una obra capaz de generar emociones.

Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo es tanto.



Para empezar, una obra artística debe unir el talento creativo (una buena idea) con la técnica (conocimientos adquiridos con la práctica, con el aprendizaje o desarrollando un don natural). Es decir, que algo bien hecho, como copiar un cuadro, no es arte: es talento para pintar. Y algo creativo pero sin técnica, como manchar un lienzo tirando botes de pintura al azar, no te va a dar de comer, a no ser que antes te hayas labrado una fama y tus obras se vendan solas. No suele ocurrir.

Noche en el hotel (Abstracción en blanco y negro) - Salvador Dalí 1965

Esa definición excluye a los bodegones de la definición de arte, por ejemplo. No nos vamos a perder en detalles y vamos a zanjar ese tema con una afirmación subjetiva pero eficaz: Es cierto, los bodegones son cuadros cuya calidad suele ser proporcional a la habilidad del autor. Artistas de verdad hay pocos, y a veces se confunde artesano con artista. Si pensamos en la madera o la plata, por ejemplo, todos los artistas son artesanos, pero no todos los artesanos son artistas. ¿Me explico? Y aclarando que muchas veces es más interesante, loable y agradable el trabajo del artesano (que siempre resulta útil, cosa que no ocurre con el trabajo del artista), vamos a centrarnos en el tema.

Si crees que eres un artista, si tú te defines a ti mismo como un artista, lo más probable es que estés equivocado: no te corresponde a ti colocarte el letrero, eso es responsabilidad de tu público, de las personas que usan o disfrutan tu obra. ¿Y por qué? Por que tú no eres quién para decir que tu obra genera emociones en los demás. Son los demás quienes deben decirlo.

Por ejemplo, la sensación que te queda en el cuerpo al terminar de leer “El amor en los tiempos del cólera” es difícil de describir. Puede que no le ocurra a todo el mundo pero, desde luego, es más fácil encontrar a alguien que diga que sintió un vacío en el estómago al terminar ese libro que al terminar “El código Da Vinci”. El arte y el éxito no tienen por qué conocerse, dejaremos ese tema para otro momento.

¿A qué viene toda esta diatriba? A que hay que desconfiar de todo aquel que se identifique a sí mismo como un artista. En muchas ocasiones sus obras no son consideradas como arte más que por otros “artistas” de su misma categoría, por eso tienden a agruparse en círculos endogámicos donde se dedican a ensalzarse sus obras los unos a los otros, pero no consiguen que su calidad se reconozca fuera de su círculo de amistades y familiares. Si les preguntas, te dirán que eso sucede porque “su arte no lo comprenden”, que es la evolución artística de la excusa “es que mi profesor me tiene manía”, es decir, una mentira tan cierta como uno quiera creerse. La cruda verdad es que, si nadie comprende tu arte, es que algo estás haciendo mal.

No quiero decir con esto que únicamente los “artistas reconocidos” sean los que existen, ni que sean artistas todos los reconocidos como tales. Nada más lejos de la realidad, por supuesto. Por lo general, el mundo conoce a los creadores cuya obra resulta económicamente rentable, sean artistas o no. Ese es, de nuevo, otro tema para otro momento.

¿Se puede sacar alguna conclusión de una afirmación tan plagada de excepciones? En los artistas que me llaman la atención se repiten dos características: Primero que son humildes. Y segundo, que dedican mucho esfuerzo a sus obras. García Márquez tardó meses en encontrar una frase apropiada para el principio de “El amor en los tiempos del cólera”.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas
 le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.


Aplicando este detalle a la literatura me doy cuenta de que no me gustan los escritores que

a) Hablan muy bien de sí mismos.
b) Usan un estilo innovador, rompedor, marcando la diferencia desde el primer momento porque su literatura es intensa y te hace pensar con cada frase.

Ni de lejos. Si tú eres de esos que buscan escribir una frase profunda cada vez que se sientan delante de un folio, piensa una cosa: Hay pocos autores que sean realmente buenos y escriban de forma novedosa. Demuestra que dominas la técnica y luego te podrás permitir el lujo de innovarla, pero no intentes correr antes de aprender a caminar.

Si alguien me hubiera dado a mí este consejo hace años, me habría resultado muy útil.

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