lunes, 22 de agosto de 2011

Los que se resisten a morir (octava entrada)

¿Cómo lo llevas? ¿Sabes ya a dónde te dirige la historia?


En realidad sí lo sé, claro, siempre lo he sabido. Otro tema muy diferente es que sea capaz de ponerle palabras como es debido. 


Me gustaban más los demonios a los que me enfrentaba cuando era un niño. Eran más sencillos, más directos: Se limitaban a querer hacerme daño, y yo sólo tenía que huir y esconderme, o apechugar y aguantarme cuando me alcanzaban.


Los demonios de adulto, sin embargo, son más traicioneros. No los reconozco cuando los veo, y tampoco sé cómo hacerles frente. Escribir sobre ellos dicen que funciona. 


Mienten. 






El día amaneció, como todos. El tiempo que hacía era irrelevante. Para Devan era un precioso día de lluvia, gris, pero acogedor a su modo. La lluvia tiene un efecto tranquilizador, porque al fin y al cabo, cuando llueve lo único que puedes hacer es esperar a que escampe.

O también puedes optar por mojarte. A Devan no le importaba un poco de agua, así que salió de casa sin paraguas y dispuesto a ir andando hasta el hospital donde tenía la consulta del médico. Dailyn no le acompañó. “Saldré a buscar a unas personas que te quiero presentar”, había dicho por la mañana. Devan hizo el camino en un tiempo récord y le tocó esperar un buen rato en la consulta hasta que le tocó el turno.

—Buenos días, ¿qué tal te encuentras hoy?

—Mejor de lo que esperaba, doctor —respondió al tomar asiento–, y antes de confirmar la decisión que he tomado, le quería hacer un par de preguntas.

—Tú dirás.

—Lo primero que quiero preguntarle es si el tumor me puede provocar alucinaciones. Ya sabe, escuchar sonidos que no se producen, tener recuerdos falsos, ejem, charlar con personas que no existen, ese tipo de cosas.

—No es habitual, desde luego —respondió—, pero tampoco se pueden descartar… ¿Estás sufriendo alucinaciones? Porque es algo que deberíamos tener en cuenta.

—Oh, no, ni mucho menos, para nada, qué va, menuda tontería… No se preocupe, era sólo una pregunta por curiosidad —Devan mentía fatal—. Pero en el caso de que los tuviera, si así fuera, cosa que no ocurre, pero si tuviera alucinaciones y me sometiera una operación y a la quimio… ¿desaparecerían?

—Con el tratamiento los síntomas se reducen, desde luego. Notarás una mejoría sustancial en tus dolores de cabeza, los mareos, el temblor de manos o la debilidad muscular. Y en el caso de que tuvieras alucinaciones, que no tienes, pero si tuvieras, con la cirugía y la quimioterapia también desaparecerían o se volverían más débiles. Ya sabes que el tumor es inoperable, pero podemos intentar contenerlo y evitar que se extienda aún más.

Devan guardó silencio. De forma inconsciente había cruzado las piernas y apoyado la barbilla en su mano extendida, como si estuviera pensando en algo muy importante. Así era, por supuesto. De hecho, su mente práctica, adulta y serena había vuelto a tomar el control.

“Chaval”, decía, las cartas están sobre la mesa. Si Dailyn es un producto de tu imaginación, Sopa va a encontrarse muy jodida como te mueras antes que ella, así que tienes que someterte al tratamiento y matarás dos pájaros de un tiro: despejarás tus dudas sobre la niña y te asegurarás de vivir el máximo de tiempo para cuidar de tu gata”.

“Vaya opciones de mierda”, pensaba su yo habitual. “La cirugía reducirá el tamaño del tumor, pero no saben a qué precio, y la quimio me va a dejar echo un asco. No sé yo si es un buen negocio. Si no fuera por Dai y por Sopa, no me plantearía el tratamiento. Pero tengo una obligación con ellas.”

“Y contigo.”

—Y conmigo.

Esto último lo dijo en voz alta. Divagar en la consulta del médico tenía un cierto atractivo prohibido para Devan.

—¿Perdón?

—Que adelante, que lo que haga falta, doctor. Quiero vivir más tiempo, así que me arriesgaré a que el cirujano haya pasado una buena noche.

El médico sonrió con sinceridad. Para él era la mejor opción. Lo sabía porque había dedicado un cierto esfuerzo a estudiar su caso. No había muchos médicos como él.

—Adelante entonces. Mañana te quiero ver aquí para actualizar tus análisis y comenzar el pre-operatorio.

Devan se lo agradeció, le dio la mano, hizo un amago de darle dos besos a la enfermera (que le esquivó hábilmente), salió de la consulta con un calendario de citas y suspiró aliviado. Tomar esa decisión le había quitado un enorme peso de encima. Lo que le esperaba no sería agradable, pero la decisión ya estaba tomada: a partir de ese punto sólo tenía que dejarse llevar. A veces, ceder el timón de nuestra vida a otros puede ser muy tranquilizador.

El camino de vuelta a casa, de nuevo andando, se le estaba haciendo más corto, perdidos sus pensamientos en los planes más inmediatos. Le costaba centrarse desde que se había encontrado con Dailyn, su vida había dado un giro tan intenso que a veces pensar en ello lo descolocaba. La lluvia comenzó a caer con más fuerza, así que se metió en una cafetería, confiando en que cesara al cabo de un rato.

Intentó ordenar sus pensamientos con una taza de café negro y fuerte, pero no lo consiguió. A su alrededor se generaba mucho ruido, se encontraba un poco mareado, y el tema a tratar le afectaba de una forma tan personal que no sabía cómo afrontarlo de forma objetiva. Al cabo de un rato consiguió sintetizar varios de sus sentimientos en una única pregunta.

Si te encontraras a dios, ¿lo compartirías con el resto del mundo?

Respuesta: No, porque sabes que no te creerían y no estarías dispuesto a presentarlo en sociedad como un mono gigante capturado. ¿Cómo demostrarías al mundo quién era Dailyn?. Guardarás silencio, porque nadie quiere convertirse en un mártir.

Hubo un tiempo en el que Devan contaba con amigos de los buenos, con los que compartía la magia de Dailyn, pero la pérdida de la fe puede hacer polvo a una persona y cambiar su carácter. Eso es lo que le ocurrió a él, porque la fe está muy bien, pero llega un momento en el que necesitas que suponga una diferencia, que cambie algo. Si eso no llega a ocurrir, terminas admitiendo que el agnosticismo es una forma de vida más relajada, tranquila y con menos obligaciones que cualquier creencia religiosa.

No percibir a Dailyn más allá de los sueños y visiones minó su confianza. Devan y sus amigos se distanciaron, quizá maduraron, y construyeron a su alrededor una vida sin ella. Poco a poco se fue haciendo patente que algunos de ellos querían olvidar todo lo ocurrido y hacer como si nunca hubiera existido, como si las sesiones de espiritismo, los mantras y las visiones no hubieran sido más que un juego infantil. Otros se atrevían a hablar de ello, aunque con discreción. Las anécdotas de una experiencia pseudo-sectárea no tienen tanta aceptación social como las de una noche de borrachera o las del servicio militar, ni se puede recordar con añoranza al médium vestido de blanco como si fuera un sargento chusquero

Así, incluso los que deseaban seguir creyendo con todas sus fuerzas guardaron silencio sobre el tema. Devan fue uno de los últimos en hacerlo, y el silencio fue tan intenso que se acabó convirtiendo en incómodo. Se separó de sus amigos, poco a poco al principio, pero con el paso del tiempo, de forma evidente. Sin vuelta atrás.

Por aquel entonces ya tenía una pareja y una oportunidad para cambiar de ciudad y de trabajo, y la aprovechó. El resto, para cuando comenzaron los dolores de cabeza y los temblores, ya era historia.

Llegados a ese punto, es decir, al tumor, a su reducida esperanza de vida y a la aparición de Dailyn, era obvio que algo tenía que hacer: Aunque hubiera perdido contacto seguían siendo sus amigos, al menos algunos de ellos. No les había contado nada de su enfermedad, cierto, pero ya se sabe: algunas cosas es mejor que los amigos las sepan los últimos, para evitarse las caras de sufrimiento y los tratamientos evasivos. La gente reacciona de forma extraña cuando les dices que estás para el arrastre, y la palabra “cáncer”, a no ser que estés leyendo el horóscopo del periódico, siempre genera escalofríos y miradas de condescendencia.

La aparición de su diosa lo cambiaba todo. Ya no era una cuestión de fe. Ante la evidencia, la fe resulta irrelevante. Moralmente tenía la obligación de llamarles y decirles “oye, escucha, atiende: Dailyn existe, teníamos razón, así que ya estás perdiendo el culo en venir hasta aquí porque tenemos preguntas que hacerla y que ponernos al día”.

También sentía una pequeña punzada de orgullo, porque al fin y al cabo era él quien había establecido el primer contacto, como suele decirse. Era el elegido. ¡Yupi! También era el que se estaba muriendo. Eso no resultaba tan yupi.

Lo pensó de nuevo. “Tenemos preguntas que hacerla, y que ponernos al día”. Y tendrían mucho que hablar, y que discutir. Y al final, cuando ya tuvieran todas las respuestas...

¿Entonces qué? ¿Marcharían cada uno a su casa y ya está? ¿Se verían en las fiestas de guardar y los cumpleaños? ¿Se llamarían de vez en cuando y hablarían del tiempo, del trabajo y de los dioses con forma humana que caminan sobre la tierra? ¿Marcaría acaso alguna diferencia?

Pensó en su vida. ¿Era realmente diferente? De momento, lo único que había conseguido desde que se reencontró con Dailyn era acortar el tiempo que le quedaba con una buena borrachera. Miró por la ventana. Seguía lloviendo, incluso con más intensidad que antes. Era casi el mediodía y tenía algo de hambre. Tomó una serie de decisiones rápidas, esbozó un pequeño plan de actividades para las siguientes horas y se sintió mucho mejor.

Se levantó, pagó su café dejando una buena propina, y salió a la calle. Lo primero era ir a casa, darse una ducha para quitarse el olor a calle mojada y a asfalto caliente, y preparar la comida para los dos. Hablaría con Dailyn, la preguntaría qué tal había pasado el día y si había encontrado a las personas que buscaba. Compraría un postre dulce pero sólo para ella, porque él lo tenía totalmente prohibido; con la glucosa los tumores crecen grandes y robustos como chicarrones del norte. Nada de dulce.

Tomarían un café. La contaría las decisiones que había tomado respecto a su tratamiento y lo que implicaban. Hablarían un poco sobre el tema. También la preguntaría qué hay más allá de la muerte. Luego quizá se echaría una siesta.

No la diría nada de sus amigos. Eso quedaba para más adelante. 

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